No es un secreto que toda mujer de una u otra manera ha padecido en el tiempo sufrimientos, injusticias o privaciones por alguien o por algo de forma resignada y con aceptación.
Históricamente la mujer ha sido mártir de autoridades religiosas, costumbres familiares, normas sociales y líderes políticos. Esto ha generado una distorsión bioenergética en la familia y un desequilibrio en la sociedad, pues ha sido reducida sólo a la procreación sin darle valor a la profunda esencia de su ser.
Esta realidad ha desencadenado una elevada estadística de mujeres enfermas, como una respuesta de sus cuerpos ante tantas presiones del entorno.
Y es que todos los seres eran humanos hasta que el racismo los desconectó, la religión los separó, la política los dividió y el dinero los clasificó.
La sociedad ya no soporta más violencia entre hombres y mujeres cuya conducta es modelada por sus hijos. Urge una toma de consciencia colectiva del imprescindible respeto que se debe rescatar para la sana convivencia.
El segundo rol representado por la mujer ha sido el de diva, que se traduce en excesivo orgullo al punto de creerse superior a los demás. La mujer diva esconde su cautividad en las adicciones, su vida en soledad, su esclavitud a las apariencias sociales y su atracción de parejas disfuncionales. Todo esto constituye otro foco de descomposición social.
Debido a lo descrito se puede afirmar que la diva es otra mártir y presa de sus miedos.
La sociedad actual requiere un equilibrio de roles en la mujer para la sanación y longevidad de madres en armonía capaces de ser mujeres transformadoras del mundo.
Al suscitarse un cambio de pensamientos hay una transformación en las emociones y actitudes que conlleva a una renovación de las vidas a destinos y futuros dignos.
Para triunfar en la vida es necesaria a fe en sí mismos, hacerse respetar con valentía, perdonar, olvidar y avanzar porque en el poder del amor está la libertad, la evolución, la madurez y la felicidad.
Autor:
Esmeralda Martínez