Si jamás has pensado en mandar a tus hijos a la Antártida con un boleto one way… muy probablemente no tienes hijos. Ciertamente los hijos encarnan el amor más profundo, llenándonos de alegrías, enseñanzas y medias sucias, entre tantas cosas. Ellos nos brindan una relación maravillosa que perdura toda la vida -cosa que no necesariamente ocurre con el matrimonio- pues como dice mi amigo Iván Loscher: “solo una ex-esposa es para siempre”.

Pero volvamos a la relación entre padres e hijos; ese fascinante / dinámico / complejo / explosivo (y todos los etcéteras) universo de emociones. Ningún padre puede decir que llega a esta relación sin equipaje porque todos fuimos hijos; pero a su vez, los hijos cargan encima la historia de su constelación familiar o si prefieres ir más allá, de sus vidas pasadas, asunto del cual no puedo dar fe. La relación entre padres e hijos es el germinador de cada vida, literal y metafóricamente, con el bonus-track de siempre ofrecernos espacios para armonizar el baile individual y en pareja.

“Para manejar toda relación, y especialmente entre padres e hijos, hay que saber manejar las energías que entran en juego” me decía Elijah Nisemboim hace unos días durante un taller de respiración “si enfrentas la fuerza con más fuerza generas un bloqueo. Pero si eres flexible al mover las energías todo fluye mejor”. Elijah es maestro de Tai-Chi y extrapolando las enseñanzas de este arte marcial me hizo ver que ante mis hijas a veces soy más rígido de lo que creo. Y la rigidez (en este caso) no ayuda.

A ver. No se trata de ser blandengue, sino de ser conscientemente flexible y saber encauzar las emociones (que son una forma de energía) a ambos lados de la relación. Porque ser padres no se trata de imponer nuestro punto de vista sino de abrir el diálogo, o como dice Berna Iskandar, especialista en crianza respetuosa, en conocer el mundo de nuestros hijos y ser capaces de conectar con sus necesidades, emociones y personalidades. Todo esto sin olvidar que estamos metidos en algo parecido a una ecuación: lo que ocurre a un lado del signo = se refleja del otro.

Si tienes hijos quizás estés pensando “esto es más fácil decirlo que hacerlo”. Y tienes razón. Pero esa no es excusa para evitar un camino mas amoroso hacia ellos y nosotros mismos.

Es por ello que en estos días estoy subiéndole las dosis de TaiChi a mi yoga de la paternidad. Ahora comprendo que no se trata de mantener el asana (la postura, como se conoce en yoga) con la mayor elegancia posible. También hay que mover la energía para que se exprese y nos transforme. Para ello lo mejor es actuar con un corazón flexible y compasivo hacia nuestros hijos, y a su vez, hacia nosotros mismos.

En yoga se dice que toda postura debe tener dos cualidades: sthira, que significa estabilidad y mantenernos alerta, y sukha, un término muy amplio que en este caso se refiere a la habilidad de sentirnos felices y confortables en la postura. Sthira y sukha deben estar en balance, pues de nada sirve lucir muy bien la posición de perro boca abajo si tenemos los hombros tensos como una cuerda de violín; y por otra parte, si lo único que nos interesa es relajarnos sobre el mat sin importar la alineación del cuerpo, estaremos haciendo un ejercicio a medias y pero nunca una práctica correcta.

Estabilidad y confort. Mantenernos alertas y felices. Duplas que conjugan muy bien en toda relación humana. Y ahora abriré el compás para fluir con el Chi (la energía) del momento. Sthira + sukha + Chi = mayor plenitud para todos en casa.

Espero que esta fórmula funcione. Nadie quiere terminar en el invierno antártico sin un boleto de retorno. Al menos yo, que soporto muy mal el frío.

Autor:

Eli Bravo 

@elibravo